Tengo el pelo oscuro, de siempre. Las facciones marcadas. Mido 1,72 cms. Tengo las tetas grandes y el culo también
(desde los 11 años). Mi rictus natural es serio y mi voz no es ni suave ni dulce.
Tengo la mirada intensa como la mayoría de los miopes. No soy de las que suele sonreír
a la mínima aunque sí que me río a carcajadas. Tengo un halo distante casi
solemne desde que era un mico y mi presencia suele imponer bastante (qué le
vamos a hacer, asín soy yo). Con semejante estampa, en las funciones del
colegio nunca he sido la virgen María, eso sí, siempre he llevado los mejores
estilismos aunque me tocase vestirme de pastorcilla o de Rey Mago. A la salida
de una discoteca a los 18 años me llamaron travesti, desde entonces procuro aplicar
a mi vestuario lo de ‘menos es más’.
No me estoy quejando de mi físico, en absoluto, además
hace tiempo que convivimos en relativa paz. Pero sé que a simple vista soy una
tía que impongo, por eso, y cumplidos los 40 he hecho propósito de dulcificarme
en el fondo y en la forma. Esto más bien viene a cuento porque desde que mi
estado civil ha cambiado la gente me habla y me trata como si fuera la ‘típica
rubia tonta’ (topicazo al canto porque nada en contra de ellas). Y mira por dónde, a pesar de mi aspecto
y a pesar de los pesares, me hace hasta gracia que piensen en mí como una
damisela vulnerable y necesitada de protección… Siempre hay una primera vez
para todo.
Y este rollo viene por el vecino del 7º. Antecedentes: vecino cincuentón, buen aspecto pero mal
encarado, no ha mediado palabra con nadie –excepto insultos- en
10 años... salvo con la vecina del 6º con
la que tiene un lío (a pesar de estar casado) y que es la ex vicepresidenta de
la comunidad (porque, tacháaaaan, ahora la vicepresidenta soy yo!!) Un hombre
desagraddable, con tintes sociópatas y pelín violento que ha hecho de su ático -y propiedades comunitarias- su cortijo
donde no hay más ley que la que impone y que tiene mil denuncias de la comunidad de
vecinos por un montón de barbaridades que directamente se las pasa por ‘el
forro’.
Un hombre que desde que ha olido mi soltería y mi nuevo
puesto (inicialmente, totalmente honorífico) me somete a un ‘acoso’
constante. Un hombre que el sábado pasado llamó a mi puerta al mediodía y con
el pie entremetido en el hueco de la misma, intentó: ¿impresionarme,
manipularme, amedrentarme, hacerme ver que es todo un machote? Hasta que dejé de
lado mis dulces propósitos y volví en mí (pero bien vuelta). Desafiante abrí la puerta de par en
par, saqué pecho, levanté ceja y dije lo suficientemente alto para que me oyese
algún vecino: No sé cuál es el propósito
de que esté usted aquí, pero no vuelva, porque si lo hace a todas las denuncias
que tiene puestas se le va a sumar la mía por acoso. ¿Le queda claro? O ¿Quiere
que llamemos al presidente de la comunidad, a su mujer o quizá a la vecina del
6º para que se lo expliquen? Unos cuantos tartamudeos después desapareció
con el rabo entre las piernas. No he vuelto a saber de él. Pero aquí le espero
porque sé que volverá.
Yo no soy rubia, ni de cuerpo ni de alma y no lo seré nunca, pero, ¿y qué más da? Me quedo tal y
como soy, con mis formas -con todas- y con mi fondo. Y de momento al del 7º le va a caer una demanda civil, instigada por servidora, por pasarse por donde no debe demasiadas cosas, por chulo y por capullo ¡¡¡Hombre ya!!!
Próximos posts:
La vecina ‘sepsi’ del 6º y yo vamos a terminar rodando por las escaleras
La quiosquera bocachancla o qué mala es la envidia, cari
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