lunes, 15 de julio de 2013

Yo no era rubia ni de pequeñita y el extraño caso del vecino del 7º


Tengo el pelo oscuro, de siempre. Las facciones marcadas. Mido 1,72 cms. Tengo las tetas grandes y el culo también (desde los 11 años). Mi rictus natural es serio y mi voz no es ni suave ni dulce. Tengo la mirada intensa como la mayoría de los miopes. No soy de las que suele sonreír a la mínima aunque sí que me río a carcajadas. Tengo un halo distante casi solemne desde que era un mico y mi presencia suele imponer bastante (qué le vamos a hacer, asín soy yo). Con semejante estampa, en las funciones del colegio nunca he sido la virgen María, eso sí, siempre he llevado los mejores estilismos aunque me tocase vestirme de pastorcilla o de Rey Mago. A la salida de una discoteca a los 18 años me llamaron travesti, desde entonces procuro aplicar a mi vestuario lo de ‘menos es más’.
 

No me estoy quejando de mi físico, en absoluto, además hace tiempo que convivimos en relativa paz. Pero sé que a simple vista soy una tía que impongo, por eso, y cumplidos los 40 he hecho propósito de dulcificarme en el fondo y en la forma. Esto más bien viene a cuento porque desde que mi estado civil ha cambiado la gente me habla y me trata como si fuera la ‘típica rubia tonta’ (topicazo al canto porque nada en contra de ellas). Y mira por dónde, a pesar de mi aspecto y a pesar de los pesares, me hace hasta gracia que piensen en mí como una damisela vulnerable y necesitada de protección… Siempre hay una primera vez para todo.
 
Y este rollo viene por el vecino del 7º. Antecedentes: vecino cincuentón, buen aspecto pero mal encarado, no ha mediado palabra con nadie –excepto insultos- en 10 años... salvo con  la vecina del 6º con la que tiene un lío (a pesar de estar casado) y que es la ex vicepresidenta de la comunidad (porque, tacháaaaan, ahora la vicepresidenta soy yo!!) Un hombre desagraddable, con tintes sociópatas y pelín violento que ha hecho de su ático -y propiedades comunitarias- su cortijo donde no hay más ley que la que impone y que tiene mil denuncias de la comunidad de vecinos por un montón de barbaridades que directamente se las pasa por ‘el forro’.
 
Un hombre que desde que ha olido mi soltería y mi nuevo puesto (inicialmente, totalmente honorífico) me somete a un ‘acoso’ constante. Un hombre que el sábado pasado llamó a mi puerta al mediodía y con el pie entremetido en el hueco de la misma, intentó: ¿impresionarme, manipularme, amedrentarme, hacerme ver que es todo un machote? Hasta que dejé de lado mis dulces propósitos y volví en mí (pero bien vuelta). Desafiante abrí la puerta de par en par, saqué pecho, levanté ceja y dije lo suficientemente alto para que me oyese algún vecino: No sé cuál es el propósito de que esté usted aquí, pero no vuelva, porque si lo hace a todas las denuncias que tiene puestas se le va a sumar la mía por acoso. ¿Le queda claro? O ¿Quiere que llamemos al presidente de la comunidad, a su mujer o quizá a la vecina del 6º para que se lo expliquen? Unos cuantos tartamudeos después desapareció con el rabo entre las piernas. No he vuelto a saber de él. Pero aquí le espero porque sé que volverá.
 
Yo no soy rubia, ni de cuerpo ni de alma y  no lo seré nunca, pero, ¿y qué más da?  Me quedo tal y como soy, con mis formas -con todas- y con mi fondo. Y de momento al del 7º le va a caer una demanda civil, instigada por servidora, por pasarse por donde no debe demasiadas cosas, por chulo y por capullo ¡¡¡Hombre ya!!!
 
Próximos posts:
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