El sábado pasado eran las 4 de la mañana y yo estaba mirando
las estrellas. No estaba de fiesta, ni acababa de llegar a casa, ni estaba
especialmente romántica, para nada… Tengo unos nuevos y jóvenes vecinos que
tienen una activa vida nocturna (de lunes a domingo) y no nos dejan dormir.
Llevamos así más de dos meses. Claro que hemos hablado con ellos de buen rollo
y de no tan bueno –no sabía que de malas me pudiese parecer tanto a Belén
Esteban-. También hemos hablado con el presidente de la comunidad, con el
propietario del piso, con la policía, y yo últimamente hablo también con Dios. Un dios insomne como
yo que por el momento hace caso omiso a mis plegarias nocturnas porque debe estar de tan mal humor como yo.
La perra, pobrecita mía, tampoco duerme, como es tan ‘sensible’
ella también se desvela y ya de paso hay que sacarla a la calle a horas
intempestivas porque el estrés le afloja la vejiga –o como dice una amiga, el
tete-. El otro día, no me acuerdo ni de la hora que era, mientras mi chuchita olía
unas margaritas, me fijé que ya había gente en la calle: varios corriendo, otros
repartiendo, otros que iban o venían… Vaya, no soy la única.
Ayer dormí casi del tirón después de hablar con el origen de mis ojeras y soltar
por mi boca: si yo no duermo de noche, os
prometo que vosotros tampoco de día (una amenaza que dudo surja efecto a largo plazo, pero oye mira, me quedé muy a gusto) Y digo que casi duermo del tirón porque los del VIPS (que cierran a las 2 de la
mañana y abren a las 7 y justo dan al mismo patio de manzana que mi habitación) tienen estropeado el aire acondicionado y bueno parece
que tenemos una turbina gigantesca sin engrasar metida en la cama… ¿No es divertido?
Pero vamos a ver una cosa: ¿Es que nadie duerme o es que hay
una conspiración cósmica para no dejarme dormir a mí?
Y que conste que he probado a irme a otra habitación, a
ponerme tapones e incluso a doparme con somníferos… Pero ni por esas.
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