Así me olía el aire en Asturias: a Solán de Cabras. Limpio,
puro, con una densidad diferente al aire de Madrid. He estado en
Oviedo unos días. Oxigenándome. En todos los sentidos. Dedicándome en cuerpo y
alma a las sidrinas y al buen comer. He puesto kilómetros de por medio a este
Madrid que me ‘mata’ poquito a poquito. Y así, de paso también me he alejado de
lo cotidiano y las rutinas de esta ciudad hermosa y maldita para adentrarme en
otros ‘mundos’ mucho menos estresantes y mucho más limpios. Y es que así es
Oviedo: con sus calles impolutas, con sus semáforos eternos, con coches con
conductores cívicos, con sus perros que no ladran, con gente amable y educada…
La suerte de vivir en una ciudad como Madrid se convierte en
desdicha cuando la comparas con otras ciudades, con otras formas de vida, mucho
más relajadas y sin duda mucho más sanas. No es que esté renegando de mi tierra
(o sí). Madrid y su diosa Cibeles exigen cada día sacrificios más grandes, y
entre cargas, obligaciones y deberes nos desenvolvemos, con poco y mal aire,
los supervivientes de una urbe estresada y estresante, que te da y te quita y
ya no sé yo si a partes iguales.
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