viernes, 30 de agosto de 2013

La carta de Pepe


Ayer no hubo más hombre para mí que Pepe. Me explico:  mientras realizaban trabajos de catalogación del Museo de la Alhambra apareció, escondida en un artesanado mudéjar de una antigua iglesia de Granada, la carta de amor que un tal Pepe escribió a su amada en 1921 ¿Por qué sacar a la luz en un telediario una noticia así?? 92 años tampoco es tanto tiempo, y el vocabulario utilizado era tosco, nada del otro mundo. Todavía si fuese un papiro....
En la era de las redes sociales, donde el teléfono sustituyó a la carta, el email al teléfono y el whatsapp a todo, ¿nos emocionamos con una carta de amor? Pues me parece que sí. Ayer recordé las primeras cartas de amor que recibí de un chico del pueblo de mi familia. Y las encontré. Qué tiempos aquellos. Echo de menos cómo nos comunicábamos entonces o quizá lo que eche de menos, un poquito, es esa época. Los primeros besos, las mariposas en el estómago, el tonteo previo y esas palabras de amor.
Ahora lo abreviamos todo: las palabras, las declaraciones, las despedidas. Poco sitio queda para hacer las cosas como Dios manda, con su poquito de sentimiento, de romanticismo, de tacto, de todo. Es lo que tiene la vida moderna. Desde luego hemos salido ganando en muchas cosas... Estamos tan comunicados para decirnos tan poco.

Ayer si me dan a elegir me hubiese quedado con Pepe y su carta, esperándole en una iglesia con artesonado mudejar en algún pueblo de La Alpujarra. 

lunes, 19 de agosto de 2013

De vuelta


Hoy he vuelto a la oficina. En realidad no la terminé de dejar del todo. Casi mejor ni comentarlo. Pero aun así he disfrutado. Ha sonado el despertador trempanísimo. La perra me ha mirada con cara de pocos amigos y ambas hemos bajado a rastras a la calle. Aún era de noche. De camino a la ofi la sensación ha sido extraña, me he sentido extranjera en mi propia ciudad. No sabría explicarlo bien, pero todo ha sido raro y hostil desde primera hora. Brusco el encuentro con la hija de la quiosquera (quiosquera ella también) a la que me veo últimamente dándole demasiadas explicaciones sobre mi vida a unas horas… Y en mi afán por esquivarla, he recibido un: bueno, ya me contarás si ya te has echado novio, que mira que qué mala suerte tienes con los hombres ¿¡¡¡¡¡¡??? Me he parado en seco: no, no te lo voy a contar, de eso nada guapa… Se me han ido agolpando malos pensamientos y peores palabras en la boca (y mira que estoy positiva leñe) pero he mirado hacia abajo y me he encontrado con los ojitos de mi peludita. Nadie mira con ojos de cordera como ella (salvo el marido de la hija de la quiosquera que nos mira así a todas…) Se me ha pasado la mala leche matutina y hemos seguido a lo nuestro: unos pises en sitios con olores me imagino que estupendos (para ella, yo de siempre he preferido el WC)
 
Y escuchando a Sabina y sus ‘Peces de ciudad’ he llegado a la agencia. He saludado al portero, él como siempre me ha soltado un: buenos días guapa (mirándome delantera y trasera), a mí se me ha levantado una ceja, también como siempre. Y nada, una vez que culo y manos se han acoplado perfectamente en sus puestos me he dado cuenta de lo poco que me apetecía estar ahí!!! Jajaja. Pues eso, que hoy me siento extranjera en una tierra un poquito hostil.
 
Esta podría ser yo en algún momento de la mañana
 
 

martes, 13 de agosto de 2013

Bajo el sol de... Suiza


Quería irme, poner kilómetros de distancia. Más que vacaciones era una necesidad vital. Probarme a mí misma, ponerme un reto y saber que puedo. Después de un periplo mental por diferentes ciudades de Europa, incluso por algún que otro crucero y volver loca a la agencia, a mis amigas y a mí misma, terminé en Suiza y en la Selva Negra de Alemania, y a estas alturas no sabría decir por qué. Me fui sin saber el recorrido, con un grupo organizado donde no conocía a nadie y con una maleta que ni hecha por mi peor enemigo. Pero ahí estaba yo. Y es que no hay nada mejor en la vida que confiar.
 
Nada más llegar al aeropuerto descubrí lo mejor del viaje, dos personas maravillosas que me adoptaron desde ese momento para aún después de haber llegado seguir a su lado. Llegada a Suiza. Ola de calor africano. Maleta con ropita más bien de entretiempo, ni unas chanclas. El gel se desparrama en el trayecto y me deja con la mitad del fondo de armario y 3 bragas, literalmente. No pasa nada. Ataque de risa porque a otra del grupo le ha pasado lo mismo pero con la espuma del pelo (la ropa pelín tiesa). Monísimas y preparadísimas (jajaja) en una Suiza tan civilizada, tan limpia, tan verde… Que por primera vez me siento algo parecido a una perroflauta. Y es que también se me olvidó la crema suavizante del pelo… jajaja una cucada vamos.
 
Sería difícil resumir las sensaciones que han sido muchas, sería difícil hablar de las ciudades sin antes situarme en un mapa, sigo sin enterarme mucho de por dónde he estado… Pero estuve, pude, lo hice. Confié. Y llego llena de verde en las pupilas, con los pulmones repletos del aire fresco de los Alpes, con el regusto en el paladar de las mil cervezas y de otros tantos chocolates. Y aunque no sepa muy bien por dónde he estado (nada propio en mí), sí que sé dónde estoy ahora.
 
En la tierra de Heidi el ritmo es más pausado, la gente no grita y los perros no ladran. El 80% de la población masculina está como un queso (nunca mejor dicho) y es súper educada, pero les falta sentido del humor, les falta pasión, de algún modo, les falta vida.
 
Me he traído unas vistas maravillosas, mil risas, las piernas llenas de moratones por la bajada de algún monte al que nunca antes me hubiera atrevido a subir y todavía me dura la resaca de un botellón a base de cerveza, tequila y licor de hierbas alpinas. Bajo el sol de Suiza, me he dado cuenta de que habrá más viajes, habrá más experiencias y habrá más vida porque, sin duda alguna, hay que confiar.