Yo no tengo hermanos. Me crié con
animales (que nadie se eche las manos a la cabeza que nada que ver con Mogly).
Quizá por eso me enternecen de una manera muy especial. Cuando era pequeña y
pasaba muchos ratos sola, que los pasaba, siempre había algún bicho mamífero o no al que achuchar.
Pero han sido, sobre todo, los
perros que he tenido los que más me han dado y los que más, también, me han enseñado. Será por eso que hay días que me siento algo
perruna.
Cuando fuimos a recoger a mi última
perra (en realidad no estaba decidido que nos la quedásemos), fue ella la que
nos escogió a nosotros. Se metió en el coche directa, se tumbó y nos miró como
sólo saben hacer los animales. Ya está: había entrado en nuestras vidas, para
quedarse. Mi peludita es uno de tantos perros abandonados y uno de los pocos
que tienen una segunda oportunidad. Pero todo tiene un precio, se escapó de la
muerte por los pelos y desde entonces vive como una fugitiva. Nunca he tenido
un animal tan noble como ella, tan dulce, tan buena y que tenga que visitar
tanto al veterinario. Nos hemos empeñado en salvarla, una y mil veces y hasta
ahora lo hemos conseguido…
Hemos decidido que éste es el
último intento; que no pasamos de las 5 pastillas que se toma al día, de las 3
visitas semanales al veterinario (cuanto menos), de las pruebas y más pruebas
al mes. Pero… Ay cuando me mueve el rabito como un
helicóptero, ay cuando se tumba como una dorada a la espalda y me ofrece su
tripilla sonrosada, ay cuando me lanza un ladridito para que la ponga de comer,
cuando se hace una rosquilla sobre mis piernas. Ay cuando me mira como aquel
día, en el coche. Ay.