A la vuelta de vacaciones es uno más consciente de lo ‘efímero’
de la vida, especialmente de las cosas buenas. El recuerdo del mes de julio está
aún visible en mi dedo tullidito. No me ha quedado estupendo, todo sea dicho de
paso. La movilidad se recupera lentamente y la forma recuerda más a la de un
bichejo que a lo que había antes. Qué frágil es todo. Qué frágiles somos ¿Cómo
nos puede cambiar la vida en menos de un segundo? Las cosas que siempre
pensabas que nunca te pasarían a ti, pues pasan, hay veces que como una
apisonadora. Y lo dejan a uno frágil, más consciente que nunca de lo
vulnerables que somos. Todo es efímero. Con las desgracias, eso sí, uno se
vuelve menos exigente con la vida y con uno mismo (por lo menos mientras te
dura el susto en el cuerpo, ya veremos luego)
No estoy negativa, en absoluto. Además ya he hecho las paces
conmigo misma. Estoy tranquila. Disfrutando de las pequeñas cosas de lo
cotidiano. Aceptando lo que viene y consolándome con aquello de que siempre
todo podría ser mucho peor o de que no hay mal que cien años dure (el que más
os guste)
No sólo me corté algunas cosillas del dedo (como el tendón,
nervios, venas y eso… na’!!) he ‘cortado’ con muchas cosas y también con
algunas personas o más bien con la relación que tenía con ellas (yo me
entiendo). Estoy más sola, es cierto, pero también más liberada (tranquilos que
sigo casada). He cortado un pedacito de cordón umbilical que estaba a punto de asfixiarme.
No sé lo que nos espera el resto del año (yo a la ‘prima’ la
veo chunga y el rescate no creo que vaya a hacer honor a su nombre). Sólo
espero, como el libro de García Márquez: ‘Vivir para contarla’ y si es aceptablemente
feliz y tranquila pues mejor que mejor.