No me gustan las tormentas con truenos, rayos y centellas. Un rato antes, me
pasa como a los animales, me pongo nerviosa. No falla. Ayer me acosté muerta de
sueño y de pronto: unos nervios tremendos en el estómago. Al momento empezó a
oler a tierra mojada, a lluvia. Me gusta el olor a lluvia. Me levanté, me tomé
una infusión. De vuelta ya en la cama, el cielo se iluminó. Ya está aquí la
tormenta y mi perra que entró de un salto a la habitación, le pasa como a mí, animalito.
El primer trueno lo esperé con el ceño fruncido. Me levanté y le dije a mi
lindo esposo que estaba totalmente sobado y haciendo unos soniditos guturales rarísimos:
yo cierro las ventanas del salón y tú baja la persiana de la habitación. Vale, me contestó súper lúcido... Después
de cerrar ventanas y persianas, tomarme otra infusión (no sin antes pensar que igual un rayo fríe el micro conmigo al lado, claro), vuelvo al cuarto y me
encuentro con semejante estampa: marido que sigue dormido y que le echa por
encima el brazo a algo que no soy yo: es la perra, la jodia se subió de un
salto a la cama.
Esta mañana ni el marido sabía que había habido tormenta ni
la perra se ha dado por aludida…